viernes, 15 de enero de 2016

Joy

El inicio de Joy (2015) es de veras desmotivador. Su protagonista principal, una modesta trabajadora, está rodeada de personajes deprimentes. Una madre adicta a la televisión, un padre con problemas financieros, un ex esposo viviendo en su sótano, y ella con dos hijos pequeños y una casa qué sostener. El cliché está salpicado por todas las paredes. Pero eso no es todo. De repente, una especie de epifanía se manifiesta en los sueños de Joy (Jennifer Lawrence). Su subconsciente le ha hablado y le ha brindado una confianza que le será necesaria para emprender su nueva faceta. Tal parece que la historia está decidida a vendernos un material motivacional. No es la primera vez que David O. Russell recurre a un relato convencional. Tanto El luchador (2010) como Los juegos del destino (2012) son fórmulas conocidas, en donde vemos a personajes levantándose de entre sus carencias o depresiones. Con excepción a Estafa americana (2013), se podría decir que las películas de Russell de los últimos seis años han dependido de su cast de actores. Esto, sin embargo, no resulta para su última película.
Ni Lawrence ni De Niro ni Cooper son motivación suficiente para alzar una historia que no posee un carisma ni una vitalidad suficiente. Joy apunta para ser un cargado drama con un conducto optimista, muy a pesar, no parece vigorizar ese carácter que incluso invita, por ejemplo, el sobreendeudamiento de su protagonista o las tensiones y resentimientos que tiene esta misma hacia su padre y hermanastra. En su lugar, prefiere ser dócil. Su misma narradora, la abuela de Joy, es signo de decaimiento de energía. Jennifer Lawrence es de hecho una actriz de gran potencial dramático. Esto no se manifiesta. En su lugar,  lo que mantiene a flote a Joy son los momentos en que la historia decide virar a una anécdota sobre patentes. Es el capitalismo facturando ante la inexperiencia. David O. Russell, muy a pesar, no deja de filtrar cuotas de un buen emprendedor o capacitador motivacional. Pueda que sirva en la realidad. En la ficción, simplemente aburre y no funciona.

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