domingo, 18 de febrero de 2018

Lady Bird

La representación del estereotipo femenino adolescente en una versión rebelde e independiente ya no es novedad. La autodenominada “Lady Bird” (Saoirse Ronan) engloba varias de las categorías asociadas a una personificación que es herencia de la creatividad del cine independiente estadounidense del 2000 en adelante: carácter voluble que pone en duda su prosperidad personal, su presencia es estímulo para la disfuncionalidad familiar, poseedora de una actitud transgresora frente a los comportamientos conservadores, expositora de su intimidad sexual sin tapujos (sea en su etapa de descubrimiento o activismo) y fascinada por la cultura snob. La directora Greta Gerwig parece inspirarse de los antecedentes fílmicos a los que estuvo implicada en su rol de actriz, incluyéndose su etapa mumblecore. Lady Bird (2017), sin embargo, no deja de ser una propuesta distinta. Por muy familiar que resulte la conducta de su protagonista, su trama genera sus rasgos singulares.
La historia de una adolescente y sus días dentro de una comunidad en la que se siente desencajada evoca una serie de tópicos que muy poco se han empadronado a los filmes de inclinación cómica que están al margen de la industria de Hollywood. La ópera prima de Gerwig se presenta con un humor e ironía muy consecuente a solicitud de su protagonista, pero en su transcurso una serie de indicios que, curiosamente, no se profundizan –tal vez por la mirada irreflexiva propio de la edad de la protagonista–, nos dan por enterado que estamos inmersos en un ambiente en donde el abatimiento emocional es imperante. Lady Bird es una película sobre la depresión. Personajes que rodean a “Lady Bird”, quien recién está viviendo sus primeras experiencias románticas y sociales, se encuentran sometidos a un estado de postración. Las razones son distintas: crisis económica, el luto que estaría próximo o que aún no ha encontrado su reparación. Lo cierto también es que solo son los adultos los convulsionados por esa realidad.
En una escena culminante para sus vidas, las dos amigas de esta historia lloran juntas. Ambas están a un paso de abrirse al mundo de la adultez y ya sienten esa tentación del fracaso; las cosas no han salido como ellas esperaban. En Lady Bird la madurez involuntariamente invoca un estado depresivo: la juventud está destinada a no vivir a plenitud sus vidas por mucho que finjan. A puertas de terminar la escuela, “Lady Bird” se ha enterado que la apariencia es una fantasía a corto plazo. A pesar, esto no garantiza que haya aprendido la lección. Existe la gran posibilidad que no. Basta tomar como ejemplo a los adultos que la rodean, aparentando vivir con tranquilidad sus rutinas en donde adoptan un momento para visitar al psicólogo o tomar una dosis de antidepresivos. ¿Esto es mumblecore? Para nada. Lady Bird funciona como comedia no dejando de trabajar un drama de ampliación humana. Es una historia que ve más allá de lo cotidiano.

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