viernes, 29 de diciembre de 2017

Mis favoritas del 2017

Al ver el resultado de mi lista, me percato de una coincidencia que se repite (inconscientemente): el argumento como escenario épico. De Silencio a La ciudad perdida Z, de Les cowboys a Zama, de A quiet passion a (por qué no) Jim y Andy o la larga marcha del ánima en A ghost story. Muchas de estas historias nos compenetran a un mundo personal, la inserción a pensamientos, búsquedas y obsesiones ajenas. Sus protagonistas me conmueven o atraen por el trayecto humano, porque son incomprendidos, en algunos casos adelantados a su tiempo, casi siempre desterrados.

Este año fue el de muchos descubrimientos o revaloraciones. Proyectos personales me obligan a ver películas vinculadas al cine de terror y el feminismo. Años después veo “con otros ojos” Eaten alive (Tobe Hooper, 1976). Ahora aprecio más que nunca a Wes Craven. John Carpenter tenía una joya escondida llamada Cigarette burns (2005). Vuelvo a ver las películas bajo la curaduría de Val Lewton. Me queda grabada una escena de El silencio de Christine M. (Marleen Gorris, 1982), así como el arranque de Una canta, la otra no (Agnes Varda, 1977). Me pongo al día en la filmografía de Ernst Lubitsch, Kenji Mizoguchi, Pedro Almodóvar y otros que tienen lo femenino como tema/protagonista nuclear. Descubro a Helen Holmes, el cine de Sally Potter, Margarethe Von Trotta, Laura Mulvey y Sarah Jacobson, además de otras feministas.

Del cine reciente, Silencio y Wind River son por lejos lo mejor que he visto en el año. De un cine pasado vistos por primera vez, la selección me queda corta. Aquí la lista de películas (sin orden de preferencia) que no dudaría en buscarlas en un futuro para volverlas a ver cuántas veces sea necesario.

Cartelera
Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona, 2016)
Hasta el último hombre (Mel Gibson, 2016)
Nada que perder (David Mackenzie, 2016)
Silencio (Martin Scorsese, 2016)
Jackie (Pablo Larraín, 2016): nunca antes Pablo Larraín había generado reiterados planos frontales a su protagonista, ocasionalmente centrada, como ubicándola a la palestra, postrada en el banquillo, asediada por la prensa, los sabuesos del contenido controversial, exponiéndola al ojo del público, limitada entre dos referentes a la que la cultura estadounidense comúnmente la asoció: la mujer de cosecha artificiosa y la viuda de un ícono político. Jackie es un biopic que hurga buscando comprender a la ex primera dama desde un breve segmento de su vida, observándola desde su rol mediático y de mujer honrando a un caído. Es así cómo es que el entorno decorativo de la Casa Blanca se compagina con Jackie al liberar un doble significado, marca de frivolidad y huella de una época conclusa e irrepetible, ambas rindiéndosele tributo, mediático e histórico, respectivamente.
La morgue o La autopsia de Jane Doe (André Ovredal, 2016)
Colosal (Nacho Vigalondo, 2016)
La ciudad perdida de Z (James Gray, 2016): el retrato del lazo filial o hereditario en conflicto es recurrente en la fílmica de James Gray. En su última película, nuevamente vemos herencias impuestas y herederos resistiéndose a trascenderlas. El oficio de Percy Fawcett es puesto en tela de juicio a causa de los antecedentes paternales, su medida desesperada para hallar el “perdón simbólico”, su travesía a un lugar inhóspito sin prever que allí encontraría una motivación que sobrepasaría sus niveles de búsqueda y compromiso. La ciudad perdida Z es la historia de un hombre que fue en busca de una enmienda personal y terminó aspirando una enmienda universal. Gray está fascinado por los personajes que resarcen su entorno a contracorriente, en este caso, extendiéndose a lo épico, alargándose a una nueva generación, un nuevo conflicto, una nueva enmienda.

Festivales y muestras
Mi hija, mi hermana o Les cowboys (Thomas Bidegain, 2015)
Tenemos la carne (Emiliano Rocha, 2016): filme que apunta a la fascinación por el goce amoral, aberrante y excéntrico, la recurrencia a tópicos descarados, que van del incesto al martirio humano, lo estético y decorativamente barroco y forzado. Es la inmersión a un universo lógico en un orden carnavalístico. Como aludiendo a la fábula de Hansel y Gretel, dos hermanos ingresan a una casa de jengibre en donde se hospeda el “mal”. Este obliga a sus invitados a engullir un credo transgresor, los arrastra a su mundo, los libera de sus (tal vez) represiones inconcebibles en el mundo exterior. Es decir; parias sociales, que aluden a la tradición de la abyección buñueliana sembrada en Los olvidados (1950), conocen a otra paria de trascendencia más amplia y universal, un desterrado, ángel caído de tendencias mesiánicas.
Esa era Dania (Dariela Ludlow, 2016)
La libertad del diablo (Everardo González, 2017)
The day after (Hong Sang-soo, 2017)
Zama (Lucrecia Martel, 2017)
(*) También se programaron este año Edén y El futuro perfecto, que ya estuvieron en mi lista pasada.

Alternativa
Adiós, entusiasmo (Vladimir Durán, 2017)
Tower (Keith Maitland, 2016): el director Ketih Maitland fabrica una narración gradual bajo múltiples testimonios sobre una masacre que va conteniendo la incertidumbre. Al igual que Crulic (2011), otro documental animado, este filme alimenta la impotencia, en este caso, a propósito de una tragedia colectiva. Adicionalmente, existe un recurso atractivo en su construcción argumental. Tower recrea y dramatiza instantes durante y después de la tragedia, presumiendo emular una fuente de registro real, a pesar de su condición de animación, ello, por ejemplo, desde sus secuencias en donde se hacen entrevistas. Si bien este filme es un bosquejo sobre la violencia demencial socialmente sintomática en EEUU, es también un suceso que pone en evidencia la humanidad, la fuerza que gesta solidaridad y héroes; y eso es lo que aún más conmueve. 
Quién es JonBenet (Kitty Green, 2017)
The drawer boy (Arturo Pérez, 2017)
A quiet passion (Terence Davies, 2016): una biografía que encaja a la perfección con las constantes de Terence Davies. Emily Dickinson como una protagonista asediada por una época y sus costumbres, transgresora social, rebelde frente a lo dogmático, cuestionando a su familia de ser necesario, aunque incapaz de abandonar el nido. Dentro de la independencia de la poetisa existe una dependencia que le impide cortar su vínculo familiar a causa de su fragilidad innata. La historia de Dickinson es el de una resistencia, pero también el de un individuo marchitándose. Como en todas las películas de Davies, el tiempo da pauta de un tránsito emocional que marca un pasado alegre y un presente trágico, crea una frontera palpable entre la juventud y la senectud, entre la vida y la muerte. Más allá del significado biográfico, A quiet passion evidencia además una relación entre el universo de Davies y el feminismo.
Jim y Andy (Christ Smith, 2017)
Wind River (Taylor Sheridan, 2017): el guionista de Nada que perder debuta como director y su ópera prima es aún más apasionante que la anterior mencionada. Sheridan nuevamente se refiere al universo western desde un plano actual. En su historia se ha cometido una injuria. Una diligencia (compuesta por un cazador, un sheriff y una agente del FBI) va en busca del culpable. El gélido paraje va manifestando la decadencia de lo que fue contexto de colonialismo y ambiciones. Vemos a una comunidad nativa en su evidente derrota. La miseria, la violencia y los vicios han golpeado a sus herederos. Existe certeza de un pesimismo colectivo, este consecuente por las nuevas armas del “blanco”: la institucionalidad, el desamparo, el racismo. Estas, por cierto, son armas de doble filo. El cazador, protagonizado por un estupendo Jeremy Renner, es prueba de ello. A propósito, Wind River es también un ajuste personal de carácter simbólico, una reivindicación ante la impunidad.
The big sick (Michael Showalter, 2017): si dependiera solo de la comedia, el filme de Michael Showalter sería una mala rutina, sin embargo, está esa renovación de conflicto en su trama que se extiende casi hasta su primera mitad. The big sick es solo en principio una comedia romántica, nunca un melodrama, una comedia sobre el escapismo de las herencias filiales para, finalmente, asentarse en un drama personal. Ya no es la relación de pareja, sino el de las relaciones humanas entre un hombre y una pareja de desconocidos. Se genera una convivencia con camisa de fuerza, así como la relación que tiene el protagonista frente a las costumbres de su propia familia. El filme de Showalter es también un panorama a las escalas de compromisos que la modernidad heredó a las generaciones adultas de hoy, a partir del afincamiento del divorcio en la familia “americana” promedio.
A ghost story (David Lowery, 2017): un filme enigmático que se convierte en una hipótesis de la vida después de la muerte, en este caso, de una que se asomó de forma súbita. Lowery se apropia de la imagen romántica del fantasma y a través de esta presencia genera un significado relativo. El ente de A ghost story provoca terror, drama y hasta un romance con carácter melodramático. Es un filme sobre la espera atenuada a partir de los tiempos muertos, el frecuente uso de elipsis que atraviesa épocas hasta el punto de desarrollar un quiebre (o retorno) temporal. En complemento a ello, la trama va haciendo cimiento a un terreno existencial. Temas como la memoria, el valor (o desestima) histórico que cambia dependiendo la época, el colonialismo arcaico y el industrial, la creación artística como retribución humana. En su plano estético, se asienta un ambiente de congoja producto de la condena y el atasco.

Cine Peruano
Vacío/a (Carmen Rojas, 2016)
Wiñaypacha (Óscar Catacora, 2017)
Gen Hi8 (Miguel Miyahira, 2017)

10 películas vistas por primera vez
Fiebre de sábado por la noche (John Badham, 1977): Los inútiles (1953) de los 70. Una generación alimentada por sus fantasías y orientándose sin brújula. Travolta y los Bee Gees.
Vuelo 93 (Paul Greengrass, 2006): recreación de un hecho infame con un clímax in crescendo. Paul Greengrass es un arquitecto del suspenso. Alimenta la angustia y agota las esperanzas hasta el último segundo.
Mirando hacia atrás con ira (Tony Richardson, 1958): un romance turbulento en los bajos fondos británicos con jazz neoyorquino. Richard Burton es brutal. Es Quién teme a Virginia Woolf (1996) en un ambiente de miseria.
Dishonored (Joseph Von Sternberg, 1931): el honor y el romance, enemigos mortales en tiempos de guerra. Marlene Dietrich haciendo de objeto del deseo en un mundo compuesto de claros oscuros.
Mujeres de la noche (Kenji Mizoguchi, 1948): el peso de la tradición patriarcal japonesa sobre los hombros de las mujeres. Mizoguchi divulga la degradación y la desesperanza social sin ser neorrealista.
My man Godfrey (Gregory La Cava, 1936): fracasos y soluciones utópicas después de la Gran Depresión a partir de la una entretenida screwball comedy. Es una película sobre la corrección y la redención.
Cena a las ocho (George Cukor, 1933): un drama disfrazado de screwball comedy. También sobre la Gran Depresión. Es el fracaso económico o el de la sociedad aristocrática, pero sobretodo el fracaso sentimental.
Vacas (Julio Medem, 1992): tres generaciones, mismo entorno, mismo actores, mismos conflictos. Una visión al partidismo político y nacional. La eterna Guerra Civil Española.
Orochi (Buntaro Futagawa, 1925): un samurai, un amor no correspondido y el honor perdido. Un hombre sin pecado redimiéndose ante la sociedad. Una caída a los niveles de una tragedia griega.
Electric dreams (Steve Barron, 1984)

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