miércoles, 10 de mayo de 2017

Colosal

La historia inicia con un destierro. Sus días de convivir con el alcohol comienzan a pasarle la factura a Gloria (Anne Hathaway), quien es forzada a desalojar el departamento que compartía con su novio. Desempleada, con pocos centavos y un remordimiento bajo el brazo, la mujer no tendrá más chance que retornar a su antiguo vecindario a vivir en la casa de sus padres actualmente deshabitada. Irónicamente, el destino la conducirá en el lugar menos indicado para desvincularse de su vicio. Bajo esta premisa, Colosal (2016) trae a la memoria películas como The lost weekend (1945) o Adiós a Las Vegas (1995), sobre el toque de fondo en donde beodos sin vigilancia hacen un tour entre botellas y copas a un nivel extremo. Este no será el caso de Gloria. Tal vez su propio destierro habrá sido su toque de fondo, pero será un evento absurdo la que se encargará de ponerle un límite a sus días de trago.
Lo especial de la última película del director Nacho Vigalondo es que su relato se va ajustando a distintas motivaciones y emociones. La ciencia ficción hace que la comedia y el drama se encuentren. Surge incluso instantes de un aire sombrío que curiosamente deviene del entorno en donde se supone no rigen los seres titánicos, aquellos que en teoría son los que deberían sembrar el pánico. En este filme más bien son los humanos quienes parecen ser los grandes adversarios, mientras que los monstruos son mero bosquejo del entretenimiento global, un síntoma de la globalización digital. Colosal descubre una variedad de fronteras. La película continuamente cruza de la amistad a la enemistad, del alcoholismo a la sobriedad, de la fobia colectiva al encandilamiento espectacular de una sociedad atraída por lo grotesco del reality show. Es esta última antítesis en donde se sugiere una crítica objetiva; por lo resto, el español descubre un mundo en donde divertirse.
El tema del alcoholismo, además de otro drama que se manifiesta en la historia, pudiera sugerir que Colosal está en vía a un aprendizaje o una curación. Nada de eso. Lo de Gloria y sus camaradas no es una fábula con una moraleja al final. Y, a propósito de estos, es que surge otro detalle. Es extraña y hasta incoherente la personalidad de los protagonistas; indolentes, víctimas de rabietas o payasadas. ¿Existe un momento de seriedad (sobriedad) en la trama? Colosal parece ser una parodia de niños que hacen cobrar vida a sus juguetes, primero temiéndolos, pero luego divirtiéndose con ellos; como en Donde viven los monstruos (2009). Estos “infantes” se pelean y luego se abrazan, lloran y al rato ríen, se celan entre ellos, uno le hace bullying al otro y no se conversan hasta el siguiente día. Son como los borrachos, atrapados entre el límite de la realidad y la imaginación, la madurez y la irresponsabilidad. Pueda que eso responda a algunos desatinos del relato.

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