sábado, 20 de junio de 2015

5to Festival Lima Independiente: Cavalo Dinheiro

Desde Casa lava (1994) hasta su actual Cavalo Dinheiro (2014), el enfoque temático del director portugués ha contemplado la rutina de los habitantes de mundos decadentes. Salvo por un par de cortos, el resto de cine de Pedro Costa es un cine sobre los desprotegidos. O sangue (1989), su ópera prima, es de hecho su único desvío en cuestión a este recurrente. Muy a pesar, son dos rasgos principales de esta película las que Costa ha venido reciclando hasta el día de hoy. Una de ellas es sin duda esa iluminación virtuosa, el gran vital en la filmografía del director. Los rayos de luz que se filtran entre la penumbra, la claridad de la luminosidad artificial que enciende los rostros en primeros planos, su fascinación por los claroscuros. En adicional, O sangue es también un viaje extraño. En su trama percibiremos la historia de dos hermanos, un romance, una desaparición, o tal vez una muerte. Son muchas las situaciones estancadas, o más bien, cercenadas por una edición que es abrupta, que adicionalmente otorga una atmósfera misteriosa y, por lo tanto, seductora. Esto último también sucede en Cavalo Dinheiro.
La película se inicia con una sucesión de fotografías. Hay una evocación al pasado. En estas vemos a individuos pertenecientes a finales del siglo XVIII o inicios del XIX. Los escenarios son distintos. Parecen ser áreas rurales, en otras son calles, un bar, lugares que tal vez ya ni existen. Hay también escenas de rutina. Familias reunidas, niños jugando, algunas personas posando. Finalizada esta especie de prólogo, la imagen cede su espacio al retrato de un desconocido. Acto seguido, se manifiesta el que será el protagonista de la película, y a quien no veremos su rostro con claridad sin antes verlo desde una perspectiva desenfocada, caminando por un pasaje oscuro con apenas una luz centellante y frontal que le pega al individuo directo a los ojos. Un cuadro totalmente espectral. Cavalo Dinheiro inicia con planos del personaje acercándose o alejándose desde o hasta el otro extremo, siempre entre la penumbra y sumada a una luz austera que reaviva, por ejemplo, el rojo de la única prenda que usa esta especie de zombi, quien parece estar descendiendo directo al mismo recinto de Hades.

Un detalle curioso es que durante esta marcha, vemos cómo el contexto irá cambiando para la siguiente escena, esto a pesar de que percibimos que el tiempo sigue lineal. Lo que en inicio nos invitaba a suponer que eran los interiores de un hospital abandonado, luego parece ser las escaleras que dirigen directo a unas catacumbas, más allá el lugar se torna aún más cavernoso. Lo que es seguro es que el personaje está ingresando a un lugar cada vez más profundo y estrecho. Costa retorna a esa formalidad narrativa que ya había empleado en O sangue. Tanto el tiempo como el espacio, e incluso su mismo argumento, son desiguales. Cavalo Dinheiro es un viaje a la mente de Ventura, el también protagonista de Juventud en marcha (2006). Es a través de este que vemos a los tiempos y a los lugares confundirse o hasta mezclarse. Lo veremos también hablar con personas que existen o que existieron. En sus recuerdos prima sin embargo su vida como peón junto a un grupo de colegas en la década de los 70, además de sus vivencias ocurridas en tiempos de una revolución, una temporada de represión a la que pudo sobrevivir.
Cavalo Dinheiro es de seguro el trabajo más elaborado que haya realizado Costa. La propuesta fílmica que aquí se plantea es más compleja y nutrida que lo que se ha visto en sus anteriores películas. Hay un propósito al emplear insistentemente una fotografía de colores cenizos y desgastados, la cámara que encuadra en fondos con texturas agrietas, la iluminación que se condensa de forma estratégica parece revalorar el cine silente en su estado expresionista, sus citadas locaciones decadentes e inhabitadas. Todo se alinea al margen del estado anímico de sus personajes. Muy a pesar, dentro de la lucidez por calzar toma una serie de recursos que se vinculan, que están bien pensados y argumentados como propuesta fílmica formal y estética, me es imposible serle indiferente al tedio que provoca por ciertos momentos el estilo de Pedro Costa. Y no lo menciono por referencia a esa narrativa accidentada o escabrosa que por ejemplo también se manifiesta O sangue, una película atractiva aunque poco citada, sino por el mismo tratamiento de una evocación sonámbula que hasta cierto punto mitiga la fascinación. Una secuencia musical, además de otras más compuestas por planos angulares, en ciertos casos, dándoles ligeros contrapicados, me da que pensar que por momentos se cede a un cine artificial, como si el director adulterara su propio cine.

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