domingo, 26 de octubre de 2014

Festival Transcinema: Hard to be God

Existe un planeta en donde humanos viven estancados en la peor versión de la Edad Media. Se dice que en su tiempo el Renacimiento aún no ha llegado. La intromisión a este mundo será pues el paseo a una jungla plagada de retratos grotescos. Duro ser un Dios (2013), filme póstumo de Aleksey German, desde su primera escena se despliega como un montaje fascinante. La película juega a ser la ilación de planos secuencias simulando, aunque no siendo, un falso documental. Cierta comisión investigadora ha llegado a esta tierra extraña, exótica, aunque también familiar (muy importante esto último). La naturaleza aquí es deplorablemente caótica. El fango y la pestilencia emanan a cada paso, así como las figuras extrañas de personajes excéntricos y burlescos. La cámara (ese ente espectador que forma también parte de la escena) mientras tanto promueve una práctica totalmente testimonial. Su mirada es intrusiva. Se va meneando entre la multitud de obstáculos inertes, el cruce improvisto de los cuerpos pueriles o rostros furtivos que buscan repentinamente un instante de protagonismo. Solo uno, sin embargo, será el centro de atención.
El científico Don Rumata (Leonid Yarmolnik) será nuestro guía. Él estará a cargo de una expedición que lo llevará a conocer a fondo esta extraña realidad.  Hard to be God se convertirá así en el recorrido de un guía, uno que será infiltrado y además confundido por primogénito de un Dios, el mismo que no podrá intervenir a bien de la investigación. Don Rumata será parte de la comunidad, miembro provisional de una fauna salvaje e iletrada. Aquí la barbarie es dominante de este contexto, lugar en donde la sapiencia es perseguida. Se asume que existe una “cacería de bruja” a los letrados. Como si fuera una relectura de la Historia, este filme sutilmente va descubriendo esos rasgos patrimoniales de la humanidad. Lo que fue en un tiempo algo cotidiano, en un presente utópico resulta la muestra carnavalesca para un grupo de forasteros. Y, a propósito de carnaval, es preciso citar a otra personalidad rusa.
Mijail Bajtin, en sus estudios sobre la “carnavalización” en tiempos de la Edad Media y el Renacimiento, mencionaba que el carnaval era la ventana a la realidad de entonces solo que en un código inverso o exagerado, es decir, grotesco. Duro ser un Dios de la misma manera se rige mediante las mismas dinámicas. Lo grotesco actuando como una sátira a la humanidad. El saber, la religión, la esclavitud y la tiranía –todos  moduladores de esencia humana– están manifiestos en esta trama donde lo grotesco habita en todo. Lo cierto es que en el filme de German aquí el carnaval no es temporal, sino perdurable. Una comunidad en donde la ley pública parece no existir (o respetarse) y lo grotesco es parte de lo cotidiano, desde sus miembros hasta su hábitat, que reacciona igual de feroz y agreste. Frente a esto, se despliega además un lado sublime de la fealdad. A la línea de la estética de ciertos referentes del cine ruso, Duro ser un Dios recuerda la fuerza visual propia de películas como Tierra (1930), La infancia de Iván (1962) o La voz solitaria del hombre (1987), donde lo fúnebre o lo caótico se contemplan desde un perfil alegórico.
Aleksey German usa lo grotesco como artificio decorativo y, ocasionalmente, poético. A pesar que su película está compuesta en su mayor parte por planos secuencias, el director no deja de promover planos estáticos y contemplativos que enmarcan una intensidad lírica que deviene de la misma fealdad aglutinada. Duro ser un Dios tiene una gran valoración barroca desplegada de inicio a fin. Hay un ensamblaje bien meditado respecto a la acumulación de utilería que no deja espacio vacío. Soberbio es también la sincronía casi teatral en la que se desenvuelven los personajes obsesionados con las secreciones nasales y la desnudez de las nalgas (recinto del excremento), esto muy propio de lo grotesco. Las humaredas que brotan, la viscosidad del lodo que brilla, los insectos que zumban. Esa tecnología tan rústica como ingeniosa. Son puntos a favor. Duro ser un Dios sin embargo no compensa del todo. Su trama de viaje exótico sostenida por su dicotomía de civilización/barbarie queda corta para un filme que se prolonga en el tiempo y que por cierto va devaluando ese barroquismo que no sabe igual en sus últimos instantes, sino más bien resulta cíclico o repetido, como la misma Historia.

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