viernes, 3 de agosto de 2012

16 Festival de Lima: Elefante Blanco (Sección Competencia Ficción)

Comentar sobre la conversión que tuvo la filmografía de Pablo Trapero respecto a asumir un cine más comercial, sería ahondarnos en algo que no tendría sentido a estas alturas. Citar películas como El bonaerense (2002) o Familia rodante (2004), es comentar una etapa inicial del director, con un aire al cine de autor y que desde el estreno de Leonera (2008) a recurrido a otro modo de relato, uno que sin embargo no ha dejado de interesarse por la temática social, un rasgo que siempre ha imperado en las películas del argentino. Elefante blanco (2012) es una nueva mirada al lado dramático y real de la sociedad urbana, aquella que desde su ópera prima, Mundo grúa (1999), criticaba como un espacio que posee un lado sórdido y desolador. El último filme de Trapero se concentra en la historia de un grupo de personajes que son benefactores sociales. Dos curas y una asistente social son solidarios ante la tragedia ajena de una sociedad que muestra el peor de sus rostros.

Gerónimo (Jérémie Renier), luego de un evento trágico que experimentó en una misión a la que fue destinado, viaja a Argentina a pedido de su amigo, y también sacerdote, Julián (Ricardo Darín), quien le motivará a ofrecer servicio comunitario a las familias que habitan en el “Elefante blanco”, una residencial creada por el gobierno para dar albergue a grupos de condición baja. La primera idea paradójica que ocurre en Elefante blanco, es sobre el nuevo ámbito al que se traslada Gerónimo. La selva, un espacio donde las guerrillas, mercenarios o terroristas pululan, no tiene mucho de diferencia frente a la selva de cemento donde la delincuencia, la drogadicción y el narcotráfico, son rutinas diarias. A esto se le suma además temas como la corrupción, la política gubernamental e incluso la sacerdotal. Son situaciones en la que tanto Gerónimo como los otros personajes lidian de alguna u otra forma, sea salvando a niños del consumo de drogas o promoviendo estatutos que legalicen la construcción definitiva a favor de las familias que asisten.

Es frente a este tiraje de barreras, el cual impide el progreso de esta “ciudad periférica”, que los personajes son víctimas de las dudas personales, aquellas que se elevan tanto a un nivel ideológico como espiritual. Gerónimo, luego de su experiencia en Centroamérica, es un ser perturbado. La duda y la culpabilidad han inundado su estado emocional hasta el punto de cuestionar el hábito que usa. Por otro lado, Julián, es víctima de un cansancio que ha sido producto de una labor que ha emprendido desde hace varios años de forma incondicional. Luciana (Martina Gusmán), quien es responsable de gran parte de las diligencias para la población, es también prisionera del agotamiento que es incentivado por las políticas que restringen y dilatan el compromiso hacia los mismos pobladores que poco a poco parecen ceder a la resignación ante su realidad y un desagrado que no dudan en volcar contra sus “salvadores”. Es a partir de estos sucesos que la historia se tensa y se dirige hacia una colina que va rumbo a un final con cierto aire de pesimismo.

Elefante blanco se dispone de un hecho real, uno que logra llegar al espectador de manera objetiva, provocándole interés ante una situación trágica, la misma que Trapero logra manifestar con una crudeza veraz y necesaria. Muy a pesar, gran parte del argumento de esta película está sostenida de manera alterna por hechos que implican temas como la enfermedad y el melodrama, puntos que son frágiles y no despista de un discurso que se encaminaba a lo serio, y que en su lugar cede a la trivialidad trágica dispuesta en películas que gusta de la emotividad gratuita y bien correspondida por un círculo comercial. Con Elefante blanco, Pablo Trapero asegura su cine en un ámbito que congrega adeptos, algo que no está mal, pero que posiblemente más adelante se convierta en una fragilidad por sobreexponer el drama en sus nuevas películas. Lo que sí es positivo afirma en esta nueva senda de Trapero, es que su cine social ha evolucionado, uno que lo convierte en un cineasta comprometido, casi en la misma línea de los grandes literatos latinoamericanos.

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