jueves, 22 de septiembre de 2011

Bolero de noche

Bolero de noche (2011) habla sobre el pacto, los que se sellan bajo el contrato de las caricias y los besos, pero también los que se firman bajo palabra, aquellos donde se empeña hasta el alma por tan solo ver cumplido los más grandes deseos. Trovador (Giovanni Ciccia) ha elegido; cambiar su alma al Diablo (Leonardo Torres) por un bolero, uno inmortal, que no será escrito hasta que este encuentre el amor para luego perderlo. Eduardo Mendoza dirige una historia de ensueño plagado de personajes con aire nostálgico, conviviendo su pasado con su presente, dispuestos a revivir los recuerdos extraviados, a disponer fidelidad a sus más grandes pasiones o a conocer el amor verdadero, aunque para esto se tenga que sufrir después.

Similar al “Fausto” de Goethe, el protagonista del filme es un sujeto frustrado; hace mucho no halla la inspiración necesaria para escribir un bolero, uno eterno, que sea capaz de superar los límites de la memoria humana. Ciccia interpreta a un ser obsesionado por su pasión, pero que a diferencia del personaje literario no precisa viajar físicamente a lugares de antaño para localizar su propósito tan anhelado. Bolero de noche es una historia donde los tiempos se confunden, el pasado con el presente, siendo algunos personajes como una cantante, la viuda, el solitario e incluso el mismo Trovador quienes van amortiguando esta convivencia cada vez que se encuentran dentro del bar, recinto que parece estar suspendido en el tiempo, espacio donde la gente viste de guayaberas y radiantes vestidos de noche.
El bar es una suerte de máquina del tiempo donde el bolero cobra significado, para unos como parte de su presente, como es el caso de Trovador, mientras que para otros como parte de su pasado. Es a partir de este espacio que los tiempos y sus personajes se armonizan, ya fuera de este la presencia de estos mismos personajes desentona, son anacrónicos e incluso rozan con lo ridículo. Trovador está engatusado a la mediocridad laboral donde se le reprime su naturaleza creativa, aquella que retomará luego que conozca a Gitana (Vanessa Terkes), la mujer que será su amante, su novia, su musa, su inspiración. Trovador y Gitana son complemento, ambos son dos idealistas, uno en busca del bolero perfecto y la otra en busca del verdadero amor. Lo que un día empezó “por accidente” fue el paso de un amor verdadero, apenas el medio camino que el compositor necesita para crear su obra maestra.

El filme de Mendoza se compone de ciertos diálogos inteligentes, aquellos que nos aproximan por ejemplo a la naturaleza de Trovador, sobre su oficio y sus respectivos maleficios. “Para amar se necesita tener alma, y para escribir un bolero hay que amar primero para sufrir después”, dice la cantante al Trovador. El personaje de Ciccia parece ser un destinado a perder su alma, sea vendiéndosela al Diablo o separándose de su verdadero amor, el único camino que te convierte en un buen trovador. Las circunstancias se dirigen por ese lado trágico de las cosas, siempre condenada a la nostalgia, sobre los cuerpos envejecidos que un día lo vivieron y hoy se las heredan a los que ahora siguen ese mismo legado, un precio que les toca pagar a los que aman y amarán el bolero.
Bolero de noche es simple en su historia, pero es su puesta en escena y el estado anímico que se provoca lo que la hace interesante. El filme parece rozar con el género noir, plagado de personajes con un aire de misterio y melancolía, herméticos en su pasado, callándolos incluso hasta concluida la película como ocurre con el personaje de Eduardo Cesti. Teddy Guzman sin duda es la mejor interpretación del filme personificando a la cantante del bar y además la consejera de Trovador, la de espíritu jovial y un poder de seducción innato que aflora elegancia incluso cuando frunce el ceño. A esta interpretación le sigue la de Leonardo Torres, actor de naturaleza teatral y que acertadamente logra teatralizar al personaje del Diablo, de una mirada sabionda, llena de guiños y otros amagues. Por último, la dirección artística es motivadora, crea contrastes con tonalidades sepias que nunca pierden la viveza colorida. La escena mejor expuesta, la de la entrada en el bar donde Trovador y Gitana parecen mirarse por última vez y el cartel de un anuncio centellea sus luces nocturnas mientras el Diablo cuadra su impecable auto rojo que irá rumbo a la mortalidad.

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