viernes, 2 de septiembre de 2011

The beaver (o La doble vida de Walter)


Luego de una serie de escándalos que pasan por el alcoholismo, declaraciones racistas, perfiles violentos e incluso impulsos suicidas, Mel Gibson en La doble vida de Walter (2011) interpreta a un sujeto que tiene todo eso, exceptuando claro la idea que sea racista, comportamiento que no se manifiesta en el personaje, no se sabe si porque el protagonista cree en la igualdad de razas o porque en escena no participa ningún judío. El hecho es que Gibson tiene la bandeja servida al interpretar a un sujeto que no es nadie más que él mismo. Un hombre adinerado, dueño de una fábrica de juguetes, que sin más de pronto pasa por una crisis personal para luego convertirse en una crisis familiar, el abandono, la desidia, la vejez y la soledad se reluce en su rostro plagado de surcos bien marcados difíciles de borrar como su misma dolencia. Walter va cayendo de un precipicio sin saber que la solución a su problema está “al alcance de su mano”.
Jodie Foster dirige esta película que a principio podría compararse con lo equivalente a un libro de autoayuda, pero a paso que va sucediendo la trama es posiblemente que sea todo lo contrario. La doble vida de Walter tiene el defecto de contener un aire anímico deforme que responde además a sucesos que no se aclaran al menos lo suficiente para poder dar cordura a lo que está ocurriendo. El filme de Foster –luego de apresurarse a contar cómo un hombre de pronto toma una doble personalidad que manifiesta a través de un castor-títere que él mismo manipula –no sabe explicar lo fundamental: cuál es la dependencia que existe entre Walter y el castor. Por un lado uno es frágil e inestable, mientras que el otro va variando en el camino. Roza con lo cómico, lo dramático, lo psicológico y por último con lo terrorífico. Es decir, va mostrando nuevos rostros, distintos comportamientos que provocan pensar que bien la locura de Walter está evolucionando –más de dos personalidades en evidencia –o que el castor ha tomado vida propia y este es el de personalidad múltiple.
Walter es un personaje al que nunca se entiende porque siempre es el castor el que habla, y nosotros nos preguntamos: ¿pero quién habla, él o el castor? ¿Qué acaso no son lo mismo? Una pregunta lógica a la que no se puede responder porque el guión no sabe hacerlo, al contrario, son más las preguntas que uno se va haciendo a medida que la película avanza. El final es la “cereza del helado”; un acertijo al que no me atrevo a descifrar. En general, La doble vida de Walter correspondería a una tragedia, uno que roza con lo absurdo y sin simpatía, creando dramas débiles que aparentan ser grandes dramas, que si la historia o el diálogo le da un ambiente conciso o apenas consolidado, entonces nunca va a ocurrir ese entendimiento con los personajes que sufren por resolver la depresión de un sujeto -eso es claro -pero cuál es esa o al menos cuál es el camino para intentar, sea exitosa o frustradamente, resolverla. La película termina con una escena de fotografía, pero ¿es eso en verdad un final de fotografía?, yo creo que no, pero es lo que quiere aparentar Mel Gibson, o más bien Walter.

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