domingo, 28 de agosto de 2011

El planeta de los simios (r)evolución

*La siguiente es un análisis de la película. Se advierte presencia de spoilers.


Recuerdo vagamente una película de mi infancia que trataba de una familia que había adoptado a un chimpancé, uno que al principio tenía ese sesgo que nos gusta de este tipo de primates, que se te cuelgan al cuello y se comportan como unos bebes dejándose mimar por todo humano que se les cruce por el camino. No logro recordar los motivos, pero de pronto el animal comienza a perder los estribos, su salvajismo aflora y así de pronto se vuelve una máquina de matar. La película era de terror lógicamente, y yo desde mi consciente infantil no sabía comprender como es que un animal tan tierno pasaba de lo inofensivo a lo brutal, con un exceso que incluso se encontraba muy por encima de la imagen de un asesino humano. Una de las escenas más impactante era cuando un perro de raza “doberman” quiso atacar al mono y este de un brinco lo oprimió para luego azotarlo contra una reja como si se tratara de un tapete siendo sacudido. Hasta ahora no he logrado dar con el título de la película.
I. – AUNQUE SE VISTA DE SEDA, SIMIO SE QUEDA
El crítico Richard Coliss en una reseña sobre El planeta de los simios (r)evolución (2011) que escribe para la revista Time, hace un comentario que me parece muy interesante y que me hizo recordar ese anónimo filme de mi infancia. Coliss hace referencia al simio –el de King Kong (1933) y otras películas afines –como un personaje de terror; un monstruo, lo define este. Y no solo por el hecho de mostrar mandíbulas o rugidos que amedrentan, sino porque además el simio es nuestro “espejo de la risa”, nuestro “carnet de identidad primitivo”. Qué significa esto. El simio de por sí es el lado salvaje del hombre, es decir, el hombre sin capacidad de razonar, lo que muchos llaman bestia o animal. Observar entonces a nuestro “yo” primitivo es lo que nos causa terror, pues no hay nada más terrorífico que vernos en nuestra peor versión.
El planeta de los simios (r)evolución juega con esta fobia, la del simio como un ser monstruoso, el que deja emerger su lado salvaje. El director Rupert Wyatt, junto a sus guionistas Rick Jaffa y Amanda Silver, adaptan la historia de César (Andy Serkis), un simio criado por un científico llamado Will Rodman (James Franco), quien investiga las funciones cerebrales de los primates con la intención de descubrir una posible cura al mal de Alzheimer, enfermedad que aqueja desde hace algunos años al padre de este. La película desde un principio nos hace entender que el simio es la imagen de un ser agresivo e impredecible. Si bien observamos a César como un pequeño monito que bebe su leche tiernamente de un biberón, en nuestras cabezas está el antecedente de su madre, una simio que cierto día se le antojó atacar al grupo de científicos que cuidaba de ella. El espectador se pregunta, ¿esto también sucederá con César? ¿Será capaz de algún día atacar a Will a pesar que este parece tratarlo casi como a un humano? Nuestra respuesta definitiva es un “sí”. César –para nosotros –está destinado a atacar a su dueño, y no porque intuimos los trazos a dónde se dirige la historia, sino porque inconscientemente hemos generalizado una idea; que todos los primates algún día reaccionarán de una forma violenta, en el momento que menos esperamos estos atacarán y eso es de temer.
El planeta de los simios (r)evolución provoca este efecto, el temer a una especie, una que a pesar de verlo juguetear inocentemente en el ático de una casa, sabemos que guarda un lado oscuro, muchos dirán un lado perverso, otros un instinto asesino, y todo esto a partir de que vimos el primer signo de violencia en un mono –sucedido esto apenas 10 minutos de haber iniciado la película –. Nadie negará que cada vez que veíamos a César –el pequeño –interactuar con los humanos, muy al fondo aguardábamos un posible ataque de este, sin embargo esto no ocurre sino hasta la segunda parte del filme, cuando César es ya un adulto. La historia entonces se obsesiona más con este simio y gran parte del crédito protagónico se le merece a Andy Serkis y los efectos provocados por el Weta Digital. Aquí juega mucho el lenguaje gestual, uno que da prueba que no solamente César es un simio pensante, sino que además guarda dudas, impulsos, que luego se vuelven resentimientos, ataques de histeria. El filme va asomando así su lado más complejo.
II.- ENEMIGO AL ACECHO
Andy Serkis –el mismo que interpretó la figura de Golum en la saga de El señor de los anillos –crea una fuerza idiomática en el rostro del simio, una que curiosamente no está al ritmo de las señas. Todo lo que “habla” el simio a través de sus manos, no es lo mismo que “habla” a través de sus miradas o gestos. Will parece nunca sospechar de esto, sin embargo nosotros sí porque ya tememos de anticipado al primate. El filme de Wyatt provoca por lo menos tres puntos de vistas desde dónde se puede observar la película. Es desde la mirada de César, sobre el entendimiento de un ser colonizado, la mascota de un amo, un cuerpo de estudio, un utensilio, un objeto, un esclavo. La mirada de Will no es la mirada humana, es más bien el de la ciencia, una que justifica y razona, que relega sus sentimientos por sus compromisos o sueños –al final Will dejará de serlo, pero ya será muy tarde –. Por último está nuestra mirada, la del espectador, la que cuestiona ambos bandos o que en ocasiones los entiende. Esta es la mirada más relativa y a su vez un tanto conflictiva debido que a veces comprende a una especie –al simio –que le es ajena y esto lo mortifica al colocarlo en contra de su misma raza, algo que sucede enfáticamente en películas como Avatar (2009) o Sector 9 (2009). Son los gajes del oficio del ser humano; odiar por lo menos un instante a nuestra propia especie. La pregunta sería más bien si la reemplazaríamos por otra. En el caso de El planeta de los simios (r)evolución el hombre y el simio no se comprenden ni se esfuerzan por crear un lazo de comprensión.
Finalizado el filme, el espectador que ha decidido tratar a un chimpancé como su igual no ha entendido nada de lo que vio. Rupert Wyatt no construye puentes para tratar mejor a los animales ni tampoco promueve una cruzada contra las corporaciones farmacéuticas que utilizan a los simios como parte de sus experimentos. La película trata sobre las dinámicas del poder, sobre cómo las especies luchan por sobrevivir, sobre el darwinismo y la selección natural, sobre quien domina a quien. La relación de Will a César no es la misma que de César a Will. El científico más que ofrecerle al simio una imagen de padre, este le ofrece la imagen de tutor, uno que lo cuida y lo instruye, pero siempre con un interés de por medio, el emprender su oficio como investigador, uno que incluso no se globaliza para beneficiar a toda una sociedad, sino tan solo a una persona, su padre, un hombre maltrecho por una enfermedad que podrá curarse si Will sigue cuidando-investigando a César. Este parentesco es parecido al que se aprecia en la película El pequeño salvaje (1969) de Francois Truffaut, al coincidir ambos sobre como la ciencia posee un tope sentimental que en el caso de la película de Wyatt recién se rompe luego que la meta final, la de curar al padre, es una situación imposible.
La relación de César a Will tiene dos momentos, una en la etapa de la niñez y otra en la etapa de la adultez. La primera naturalmente parte de la construcción de un círculo familiar ficticio, el padre que es Will, la madre que es la novia de Will y el abuelo, el padre de Will. La segunda etapa, la adultez, se subdivide en tres instantes siendo la primera subdivisión el momento de la “sospecha”, son las primeras incógnitas las que se plantea el joven César, esto a través de dos figuras fundamentales: un collar y una ventana. Ambos son para él dos piezas cruciales que simbolizan el límite de su espacio físico e incluso su espacio como individuo. Es preciso aclarar que César no piensa que es un simio –él hasta ahora no ha convivido con otro de su especie –sino un humano más y esto a partir de la crianza planteada por Will, crianza que lógicamente para el científico era un mero simulador de vida casero que en realidad le servía como campo de estudio.
El “problema” surge en la siguiente subdivisión. Luego de descubrir a Will como la figura del “amo”, César ha generalizado esta idea, sobre la correspondencia que existe entre él y el hombre, siempre ensimismado o en calidad de “mascota”, obstruyendo cualquier tipo de aspiración que lo relacione con el mundo “detrás de la ventana”. Es en este momento también cuando el simio se ha reconocido finalmente, él cohabita con los de su especie dentro de una cárcel para primates. César ha cruzado de la fantasía a la realidad, sus incógnitas han sido respondidas y estas han provocado una contrariedad. El simio ahora es un ser perturbado, meditabundo, desconfiado. Este es un momento existencial para César, tiempo en que cada vez que convive consigo mismo, va conociendo un poco más de los suyos a paso que se va desilusionando más del hombre. Para César, ahora Will es un extraño, un ser al que no conoce pero que presiente cuestionará. Todo gesto sentimental ha pasado a un purgatorio. César se niega a tener contacto con este, no lo odia ni lo quiere. El último instante es el de la solución o la “revolución”. César ha decidido ser parte de los suyos. Todos los hombres ahora son sus enemigos, sin embargo existe un respeto de por medio. Caroline (Freida Pinto), la veterinaria y novia de Will, le dice al científico: “Yo amo a los chimpancés, pero también les tengo miedo”. Lo mismo dice César a los humanos, siendo el respeto como un gesto de miedo o temor hacia el “otro”.
III.- LA HISTORIA SIN FIN
La primera palabra de César es lo que posiblemente sea uno de los “momentos del cine”, un suceso que se veía venir, pero que después de todo resulta ser sorpresivo. Es el escenario, la situación, el instante lo que provoca al espectador un efecto de catarsis. Es incluso la sonoridad de esa palabra la que provoca esto, trayendo consigo un enorme significado, mensaje que impone respeto, es la cristalización de una resistencia a no desear ser colonizado o dominado. “¡No!”, dice César. Lo exclama, lo grita. Y casualmente tiene en su mano una varilla que empuña a lo alto; es el símbolo del poder. No hay duda que César ha pasado por un proceso de humanización. Es el poder de pensar, el poder de hablar y finalmente el poder de liderar, de tener poder. El simio ciertamente es un liberador, pero uno con intereses, como los tenía Will o cualquier humano sobre la tierra. César libera a lo encarcelados, a los débiles de pensamiento, pero “cuidado”, dice, él es el jefe. César es el que manda y esto no se refuta luego que ordena a uno de sus vasallos a que intimide al líder del clan de los simios que habitan en la jaula. Ese que un día lo golpeo sin clemencia, ahora besa su mano en signo de “respeto”, que no es nada más que reverenciar, inclinarse, brindar servidumbre a alguien que reconoce está por encima de él, gesto que el mismo César ahora niega a cualquier humano, e incluso a Will. El planeta de los simios (r)evolución es el antesala de una monarquía a manos de un simio que piensa como humano, de un humano que viste de simio.

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