jueves, 17 de febrero de 2011

El gran concierto


Si bien El gran concierto (2009) posee una buena idea, el filme de Radu Mihaileanu es deficiente en creatividad, y esto es peor. Se puede aceptar, sí, que una película tenga una trama absurda, trillada, de escasa imaginación. Si sucede que el desenlace de estas películas resulta siendo un fracaso, pues es menos doloroso asimilar la decepción. “Lo sabía”, muchos se dirán. Lo que ocurre en El gran concierto es que existe expectativa; expectativa referente a un buen tema en inicio, pero que al paso del tiempo resulta ser víctima de una de las grandes debilidades de todo director, e inclusive de todo creador artístico: vanidad.
El gran concierto es la historia de un ex director de orquesta –hoy convertido en el conserje de un conservatorio –que tiene los vivos deseos de volver a dirigir. Por cosas del destino, una carta ha caído en sus manos, esta es la llave a su retorno triunfal en el mundo de la sinfónica, aunque para ello tendrá que hacerlo a espaldas de grandes autoridades y, además, tendrá que convocar a su banda original en el espacio de una semana y algo más. Lo seguido es una acumulación de nuevas ideas, nuevos temas, nuevas incógnitas, ninguna de ellas desdeñables, e incluso, cada una independientemente podría originar una nueva película.
El error está en que Mihaileanu, si bien se tomó el tiempo merecido para crear los casos –cada uno de estos con su tópico merecido, sea la comedia, lo político, el drama –, nunca se tomó el trabajo de retratarlos. Gran parte de los temas de El gran concierto están demás, ello causado por el escaso discurso otorgado a cada uno de ellos, resultando más bien un grupo de temas a medias o amputados, haciendo de este filme frágil desde inicio a fin. El tipo era conserje; cinco minutos después no se volvió a mencionar el tema. Nunca observamos al mismo limpiar; nunca. Ese afiche de la película del conserje frente a la orquesta está demás, apenas lo vimos con su trapeador y ahí mismo ya quería subirse al estrado con todo y orquesta. La convocatoria de dicha era más que una oportunidad para que el filme desarrolle y engrane una multitud de vidas, de personajes tipo o personajes excéntricos, una que otra escena memorable, observar la Rusia actual desde un grupo sinfónico, por ejemplo; esa es una gran idea. Pero qué ocurrió, fueron casi ochenta los convocados y sólo se pudo conocer a un judío y un gitano, los demás eran borrachos; eso nos dice la película.
Se agrega el tema político, el comunismo, la frustración ideológica, el personaje desinteresado y egoísta; su final, para qué mencionar, es más, no tuvo final, qué significa eso, ¿el comunismo está extraviado en algún punto de nuestra vida actual? Sin más comentarios. Y así otros temas. No estamos hablando de ideas modestas, son ideas motivadoras, poseen ese toque de cine europeo denso y amable, un cine simpático por sus temas ligeros, pero que nunca dejan de tener un alto contenido discursivo socio-cultural; esto lo tiene El gran concierto, lo que ocurre es que nunca hay ese momento cumbre. Es vanidad porque se crea mucho para dirigir tan poco. Toda creación es la suma de muchos temas, coger un número de ellos implica estar dentro de la posibilidad de saber afiliarlos, saber acondicionarlos unos a otros sin que quede en el espectador la necesidad de decir “y que más”.
El final deja más de una maneja suelta al río, el desenlace no tiene nada que ver con su inicio, en lo absoluto. Eso se da en muchas películas, claro, pero se da con gracia o genialidad, no con desidia ni mucho menos a la “corre corre”. Y, ciertamente, al final del filme nadie se acordó que el personaje principal se inició como conserje; definitivamente ese afiche está demás. Todo un “gran desconcierto”.

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